Es cierto, y no hacía falta que lo explicara con palabras, sus ojos transmitían todo aquello que su boca se esforzaba por ocultar puertas adentro. No le angustiaba sobremanera el peso de la semana, dejar desierta la cálida cama de madrugada para arreglarse y dirigirse un lunes más a su rutinario e insípido trabajo. No obstante, a su pesar, en ningún momento le abandonaba ese frío sentimiento de estar perdiendo el valioso tiempo (la vida) sin llegar a hacer nada realmente cabal por exprimirlo o aprovecharlo según sentía, se le escurría entre sus dedos como arena. La semana se tornaba para ella en una suma de “debes y haberes” entre
los que apenas encontraba espacio para la soledad que le rodeaba, para el silencio y la calma, de ese modo, antes que lo percibiera aparecía antes sus ojos la alargada sombra del venidero Viernes (para algunas personas oasis en el desierto), y es aquí donde toda esa tristeza y soledad que a lo largo de la semana dejaba esquiva entre las montañas de facturas y albaranes se le venía encima de golpe, le crecía entre sus pies como enredadera que trepa y se cuela por todos los poros de la piel hasta llegar a helar lo más profundo de su interior. Pasaban las semanas y los días, las promesas y los años; seguían las noticias de hombres que no cesaban de alimentar las fauces de la
muerte con excusas de guerras que no se comprenden, muros que se derrumbaban para levantar otros más altos aún, ininteligible entelequia del hombre contemporáneo. El silencio y el olvido ó el recuerdo de ese olvido, y nuevamente frente a frente, sus ojos, más tristes y cansados que entonces siguen siendo ventanas abiertas a un mundo que se emborrona cuál dibujo bajo la lluvia. Y al caer la tarde, en la casa le aguardan cosas por hacer que son lastres del fin de semana ya finalizado, resquicios de esperanza que ahora arrastra y desprende a cada paso como polvo de estrellas, dibujando un vía láctea que nos hace orbitar más y más lejos, sintiendo que la distancia real no es el espacio físico que separa los cuerpos sino el frío y “olvido” que poco a poco crece en nuestro interior. Cansada, regresa a la calidez de su vacío apartamento, y trata de apurar las últimas horas de un lunes con reminiscencias de domingo, como si de ese modo el resto del fin de semana ya fuera dado por bien empleado, vano engaño que sigue jugando con ella al escondite. Deshoja en la margarita “el quiero”, “el debo”,
“el puedo” y “el siento”, y el sueño acude a su encuentro, fugaz y cálido antes de encontrar una precisa respuesta.
Mañana el despertador, una vez más antes que amanezca, y como casi todos los años por estas fechas volverá la sorpresa a encender el brillo de sus ojos, la ilusión calentará al menos por un día la sangre que se heló bajo su piel, para nuevamente volver a sumergirle en la soledad que paso a paso desde el comienzo fue creando y habitando, pero sucede que después de todo, las personas no somos tan distintas, “los normales” y los “no normales”, “los normales” y los “no normales”, los “no normales” ¿”normales”?... después de todo, quizá, no somos tan distintas; las personas…
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