29 junio, 2005

Cucaracha de metacrilato

Cuando Cohete se despertó después de una noche de juerga se vio convertido en un pequeño escolar y una señora lo zarandeaba para desliar la maraña de hermosos sueños que había tejido con hilillos de saliva sobre la almohada. Una ducha mandó el recuerdo del edredón sumidero abajo. La calle le pareció un estruendo donde las semifusas habían sido afiladas para herirle entre ceja y ceja. Llegó a una institución donde un señor desagradable le recordó que estaba encadenado a compromisos que se habían vuelto apremiantes durante el bululú noctámbulo de confeti y garrafón. Hundido en aquel marasmo, quiso parar el mundo y apearse, pedir permiso para ir al baño, aducir que a él no se lo habían explicado bien, que él no era, que era su primo, que él no había hecho nada, que debía haber un error. Pero no había error: el belén se había apagado. Su mente era todavía un poso de calimocho dentro de un vaso arrugado en la acera...
El territorio gamusino
-Pablo Carbonell-

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